
El Calvario Silencioso: Condena Social y costo humano en el Caso Tellechea
El reciente fallo de la Justicia Federal que, de manera unánime absolvió a los diez acusados por la desaparición del ingeniero Raúl Tellechea, tras 22 años de investigación y un juicio extenso, trajo consigo el fin de una batalla legal. Sin embargo, para las diez familias, la sentencia llega demasiado tarde para reparar el daño social y emocional infligido durante dos décadas.
Luego de la sentencia, quise reunirme con uno de los absueltos y compartir un café. A poco de entrada la charla, se refiere con inmensa admiración a su esposa Carina, quien ha sido el pilar fundamental en todo este proceso junto a sus chicos. Al nombrarlos señaló que el aspecto más desgarrador de este caso fue el efecto que tuvo la acusación en los hijos de todos los señalados. Eduardo Oro, uno de los acusados de matar y desaparecer a un sujeto, vio crecer a sus tres hijos —hoy de 23, 21 y 18 años— bajo el peso de ser «hijos de un asesino».
Es inevitable que los niños se enteren. Ya sea por comentarios de otros padres, en el patio de la escuela o al escuchar gritos de «asesino» dirigidos a sus padres en la calle, el estigma se filtra en su vida cotidiana. Para un niño pequeño, la acusación pública hacia su progenitor en un caso de alto perfil es una herida profunda y confusa.
Vivir bajo el escrutinio constante de la comunidad, donde la presunción de inocencia es ignorada por el clamor popular, obligó a estas familias a un autoaislamiento defensivo y los chicos crecieron en un entorno donde el miedo a ser juzgados o rechazados fue constante. Durante 22 años, estos jóvenes han tenido que cargar con una sombra que no les correspondía. La absolución federal les devuelve la dignidad legal, pero no puede borrar los recuerdos de los años escolares marcados por el señalamiento y la humillación pública.
La Lección Pendiente: El Rol del Periodismo y la Fiscalía
Este caso también deja lecciones críticas sobre la responsabilidad de los actores judiciales y mediáticos ya que durante más de dos décadas, el relato dominante en los medios fue casi exclusivamente el sostenido por la familia Tellechea. Nadie puede discutir que el periodismo local rara vez brindó espacio a los acusados para exponer su versión o defenderse de las imputaciones, contribuyendo a solidificar una condena social basada en una sola perspectiva. No son pocos los comunicadores que aún hoy después del fallo judicial unánime y sin prueba alguna, siguen con su actitud condenatoria y desafiando a tres juezas de vasta experiencia en Lesa Humanidad. Varios de ellos, practican una ridícula atribución de condenar con la pluma y con su lengua, pero en el hipotético (pero posible) caso de estar en el sitio de un acusado que es inocente, de seguro morirían de pánico.
Por otra parte, la actuación del fiscal Maldonado es objeto de severa crítica. Su insistencia en solicitar medidas extremas como la prisión preventiva y luego perpetua, a pesar de la inexistencia de pruebas, evidenció un riesgo inminente para los acusados quienes, de haber prosperado su pedido, podrían haber pasado hasta tres años en prisión sin una condena firme y luego, el resto de su vida. Ruego con toda devoción, no toparme jamás en juicio con un fiscal que sin prueba alguna, se atreva a manipular de manera tan irresponsable la vida de un inocente…porque eso es lo que la Justicia ha determinado el pasado 21 de Octubre. Cabe recordar que la inexistencia de pruebas fue reconocida públicamente en un reportaje en Estación Claridad por el propio abogado de la familia Tellechea, Conrado Suarez Jofré y que fuera tomado como elemento de prueba en los alegatos
Puntos Clave del Fallo Federal
El Tribunal Federal absolvió a los diez acusados en el caso de la desaparición de Raúl Tellechea.
La absolución se basó en la categórica ausencia de pruebas presentadas por la fiscalía para demostrar la privación ilegal de la libertad ni la desaparición forzosa de Tellechea más allá de toda presunta duda.
Es importante resaltar que el fallo desliza la posibilidad que Tellechea esté vivo ya que ordenó al Estado Nacional continuar con la búsqueda del ingeniero ausente.
El tribunal estuvo integrado por las juezas Eliana Rattá, Gretel Diamante y Carolina Pereira, quienes además determinaron de forma categórica y contundente que por la prueba documental de las investigaciones de los jueces Zavalla Pringles y Agustín Lanciani, quedó demostrado que quien estafó a la Mutual de la UNSJ fue exclusivamente el señor Tellechea. Argumento que jamás fue rebatido por Suarez Jofré a lo largo de todo el juicio.
La Reacción Tras la Absolución: Un Grito de 22 Años
El momento cumbre de la injusticia sentida se reflejó en la reacción de Eduardo Oro al ser consultado por la prensa tras conocerse el fallo: «¿Y dónde está Tellechea entonces? ¿Qué me importa hermano? Preguntarle a la familia dónde está el delincuente ese».
Esta respuesta, vehemente y cargada de rabia contenida, fue inmediatamente criticada por algunos periodistas, incluso aquellos que antes se consideraban cercanos. Sin embargo, la pregunta es: ¿Qué pretenden de un hombre que ha soportado dos décadas de condena social pública, de ser llamado asesino frente a sus hijos desde las escalinatas de la Catedral, de vivir bajo el estigma social y legal sin fundamento? Acaso pretenden que un absuelto, tras 22 años de infamia, salga a ofrecer declaraciones medidas y diplomáticas? Es realmente una suprema estupidez exigirle a Eduardo una docilidad inhumana. En lo personal, estimo que fue demasiado suave y medido, porque la respuesta de Oro no fue un acto de soberbia, sino la descarga legítima y acumulada de una vida robada por la duda pública. Tras 22 años de silencio forzado y acusación constante, su grito es el testimonio más crudo del costo humano de la absolución como Reparación Incompleta
El Tribunal Federal, al absolver por falta de pruebas, reconoció implícitamente que las acusaciones nunca se sostuvieron judicialmente. Y es aquí es donde tenemos que preguntarnos
¿ Qué fue lo que llevó al Juez Federal Leopoldo Rago Gallo a elevar a juicio esta causa sin tener absolutamente ninguna prueba? Hasta cabe imaginar que lo determinó luego de decirse a sí mismo » ma si, que se las arreglen en un juicio» Una actitud que nos permite presumir cómo fue que Pilatos se sacó de encima al mismísimo Jesús lavándose las manos.
No obstante, para los absueltos y sus familias, la justicia llega con un sabor amargo. La sociedad, impulsada por grupos de seguidores y por la familia Tellechea, impuso una condena social inmediata que ha tenido consecuencias permanentes.
Estamos invitados a reflexionar sobre la delgada línea entre la búsqueda de verdad y la destrucción de vidas inocentes a través del escarnio público, un costo humano que la justicia jamás intentará siquiera al menos mitigar. Este desenlace además, obliga a la comunidad a confrontar la necesidad de equilibrio entre la búsqueda de verdad y el respeto al debido proceso, especialmente cuando las acusaciones se sostienen en el tiempo sin respaldo probatorio. La absolución de Eduardo Oro es el testimonio de una familia que, a pesar de la condena social, ha mantenido la esperanza de demostrar su inocencia ante la ley. La verdad es que la fortaleza de Eduardo Oro y los suyos, apoyada en un núcleo sólido, es admirable. Cualquiera de nosotros, enfrentado semejante tormenta mediática y social, probablemente habría caído en la desesperación o se habría quebrado mucho antes. Su constancia, su capacidad de seguir de pie a pesar del peso de la sospecha, es lo que verdaderamente define la dignidad en este largo y doloroso proceso. La absolución valida su inocencia, pero su resistencia a lo largo de 22 años, es la verdadera historia humana de este fallo.








