Nota de opiniónSan Juan

El Angel de la ternura

Un poeta no muere.

No deseo ni puedo imaginar la forma que tuvo su muerte. No quiero y me resisto a pensar cuánto pudo haber sufrido. El pecho aprieta ante esa situación. Es que Guido fue un ser fantástico. Sabíamos de su frágil salud, pero siempre volvía a su micrófono de sábado a las 7 con «El rostro de mi país». El encuentro siempre cordial, diciendo mi nombre y juntando pecho a pecho en un abrazo. Se me quedaba un rato apretando la mano, y la soltaba de a poquito, para que me diera cuenta que no quería irse. Era, como todo creador de un estilo, un ser privilegiado en lo profesional con 50 años en el arte de la comunicación. Conocía rincones, costumbres, modismos, historias, el tango, el folclore, la paz de las montañas y la manera de ser del sanjuanino.

Lo que fue como poeta y periodista, es más que conocido por sus oyentes y lectores. Lo que fue como persona, lo sabemos sus amigos. Por eso, y a modo de pequeña licencia, esta evocación de un hombre sensible. Don Guido tenía deseos modestos, se alejaba del lisonjeo y prefería un rato de charla, antes que un pomposo homenaje. No entendía la ceguera que causa la adicción al poder. Se acostumbró a que las puertas de algunas oficinas se le cerraran en su cara por años y su eterna humildad y sabiduría, fue despreciada por muchos que pudieron mostrar reconocimiento verdadero, más que simple caridad mal entendida. Es el destino de quienes no desdibujan la sonrisa del alma cuando se quiere de veras, cuando no se crece del todo para no ser nunca un vejestorio, cuando se mantiene una vista por debajo del hombro ajeno. Era de esos hombres que siempre recordaba a sus padres y a su familia. Siempre hablaba de ellos con un candor especial, como si fuera un refugio eterno para un hombre niño. Orgulloso de su descendencia, de sus logros y del tesoro que era su atención y compañía, más aún en estos tiempos de flaquezas en su salud.

Lleno de papeles escritos a máquina, recortes, libros, discos, de caminar tranquilo y espalda erguida, andaba por la vida mirando y viendo (como él decía) No hay que mirar sin ver y tengo dos vidas, ésta y la que ya he vivido. Con la grandeza de esos humildes que comparten su saber y no lo refriegan, no lo enrostran, no presumen, no se agrandan. Memorioso de citas y de autores, con hablar florido y a la vez directo. Hincha de San Martín y de Don Bosco, confidente de María Auxiliadora y amigo de un Dios bueno que le enseñó que perdonar empieza por perdonarse.

Defensor de la memoria de Laprida, autor de poemas, tonadas y valses. Conocido, querido y respetado por varias generaciones. Amigo de mi padre y mío. Así se va un hombre bueno y en su equipaje lleva decencia, educación, cariño y admiración de miles de almas. Lleva además un puñado de sueños por cumplir y el último abrazo que nos dió a cada uno.   Guido y ese destino implacable que suele llegar como el viento Zonda. Ese de morir lejano a todos, como un póstumo acto de humildad.

 

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