Nota de opinión

El mandante, ella y el país de los ciegos

Una adaptación del ensayo de Samargo.

Todavía colgaban de los árboles algunos pedazos de sol en esa tarde agitada. El asesor terminaba una reunión donde había sido el motor e ideólogo para generar un cambio en la comunicación del país, donde su idea del pensamiento único, derrotaba por fin la tibieza de sus colegas, más partidarios del disenso moderado. La calle aún iluminada por la claridad ya agonizante, se tornaba borrosa por segundos y el parpadeo del asesor se hizo más pronunciado, como intentando sacar la molestia de una visión aturdida. Detenido en el semáforo, la luz roja fue casi un alivio para poder refregarse los ojos. Las manos volvieron al volante y al dar luz verde, el horizonte del asesor quedó fijo en un pesado blanco sin atenuantes. No podía ver ni el tablero del auto que parpadeaba el tic-tac de la baliza. La puta madre, qué me pasa. ¡No puedo ver! Es como si me hubiese inundado un río de leche…Se golpeaba la cabeza contra el vidrio como esperando que algún contacto ahí dentro se uniera nuevamente, pero no. Gritaba y buscaba desesperado el celular para llamar a su esposa por ayuda. Con el teléfono en la mano, apretaba inútilmente las teclas al azar sin poder contar a nadie su imprevista desgracia. Salió del auto como loco asustado, abriendo los ojos a más no poder como si ello permitiese que entren las cosas por algún costado. ¡Ayuda por favor! Ayuda pedía y gritaba apoyando sus manos sobre el techo del auto que había quedado andando. ¿Que le pasa amigo? se acercó uno de por ahí. ¡Estoy ciego hermano! Ayudame por favor…tomá, buscá donde dice «esposa» y llamá. Decile que venga urgente que algo me pasa. De golpe quedé en blanco!¿Me escuchas? ¡Llamale, dale!  Su cabeza se balanceaba sobre el cuello haciendo círculos buscando conectar de nuevo, esperando poder hablar con su esposa, pero sólo escuchó que la puerta del auto se cerraba, una acelerada y el celular con ese que andaba por ahí, ya no estaban. Le dejó el más profundo sentimiento de abandono y despojo que jamás había sentido. Quedó preso de la avaricia  de uno que lo dejó sólo de soledad absoluta. Salieron los vecinos que escucharon los llantos y gritos, mientras veían que a las cuadras el ladrón del auto del asesor ciego, se estrellaba contra la vidriera de una pizzería. Se volvió ciego también luego de haberse acercado al que se quedó en el semáforo. Y los que llevaron al primer ciego se convertían en nuevos. La ambulancia al llegar chillaba como pidiendo ayuda, pues los enfermeros, médico y chofer estaban ciegos también. En pocas horas, los ojos de toda la región quedaron en blanco en plena noche. Mirado desde arriba, era un hormiguero de gemidos, corridas y nombres gritados. Los brazos de la gente extendidos como paragolpes no eran suficientes para evitar ser atropellados por autos conducidos por la ceguera. Niñas perdidas lloraban lágrimas blancas, sin entender nada. Unas madres aferradas a sus niños permanecían estáticas en la esquina del cine, sin saber que era «esa» esquina y otras ya resignadas se arrodillaban pidiendo una piedad lejana. 

Las noticias llegaron rápidamente a oídos de los mandantes, quienes ordenaron de inmediato cerrar las fronteras de la región afectada mientras enviaba al ejército para que se cumpliera sin relajos la determinación tomada. En medio de los aprestos, ninguna orden pudo cumplirse pues el «río de leche» había inundado a todos. En cada rincón del país, la gente había quedado completamente ciega y al cabo de dos días, lo cotidiano era una imagen del infierno.  En menos de una semana todo era desolación, fetidez y desesperación. Los hogares abiertos con heladeras vacías, comercios y supermercados devastados por el hambre desde los pasos perdidos de todo un pueblo que sacó lo único y peor que le quedaba: el egoísmo de luchar por la propia subsistencia y conformarse apenas con comer lo que fuera. El mandante llamó a su equipo urgentemente varias veces pero nadie atendió su reclamo de presencia. Las ventanas de la televisión mostraban sólo en canales extranjeros  imágenes de cientos de drones que enfocaban algo que el mundo miraba incrédulo y aterrado como a  rancia película de muertos vivos que desfallecen en cualquier parte. «En éste país de ciegos, nadie sabe que ha sucedido y todo ha quedado reducido al la nada» decían los noticieros de afuera. «Sólo han quedado en pié Bancos, Edificios Públicos y todo aquello donde no hay algo que pueda ser devorado por los ciegos sufrientes de éste país.» Han quedado esclavos de su ceguera». Los medios locales quedaron ciegos totalmente también, y sólo hubo algunos detenidos en aquella primera imagen que pudieron publicar antes de quedar en blanco y absoluto silencio.

El mandante estaba sólo y aturdido por su propio silencio. No había quedado ciego, pero sí sordo y mudo hasta que supo que no era tal esa soledad. Ella apareció con su rostro algo maltrecho y sin maquillaje vociferando el nombre del mandante entre carcajadas espasmódicas. ¿Estás acá? ¡Mirá el desastre que es esto! ¡Es el final de todo! ¡Cómo que es el final pelotudo! ¡Es el principio! Mirá lo fácil que fue tener todo, yo te dije vamos por todo y todo está en bandeja de plata. Sin sus dueños, sin jueces ni jurados…ni nadie que si quiera opine de nada! Están todos ciegos ¿Entendes eso? ¡Ciegos! Él miró con la boca seca intentando tragar saliva y entendió que el plan era perfecto, o casi. «Señora¿le traigo algo de la cocina?» Escucharon ambos desde el final del salón. 

Abrió los ojos grandes y ella lanzó¿Quien sos? ¡Vení acá! El mozo del palacio de gobierno estaba de impecable saco blanco y moño negro.¿Qué haces acá vos? Trabajando Señora, le dijo como si nada. ¿Pero vos no estás ciego? No señor, lo estuve sólo un día. Recuperé la visita cuando me di cuenta que el problema no estaba en mis ojos, sino en la razón. Tengo razones…miles de razones para poder ver. Por eso, diga si quiere algo porque ya se cumple mi horario y debo ir a ver si encuentro a mi familia. Lo único que quiero ahora es encontrar a mi mujer y a mis tres hijos. «No…andá un rato a la cocina y cualquier cosa te llamamos».

Viste, dijo él. No es tan perfecta la ecuación. ¡Si!¡Es el único y lo tenemos acá! Dejame que yo lo soluciono. Esperá, qué vas a hacer? Quedó sólo en el salón asomado a la ventana. Supo que el destino de todos estaba encerrado en sus puños. Debía tomar un sólo camino. Uno sólo…»no puedo lidiar con Dios y con el Diablo» pensó en voz alta. Parpadeó varias veces apoyando sus manos en el marco del ventanal y se refregó los ojos, como queriendo quitarse la molestia de una visión aturdida…

 

 

 

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