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La crisis en Bolivia ilustra la difusa línea entre golpe de Estado y revuelta

La lógica de los golpes “buenos” y “malos” de la Guerra Fría ya no aplica, pero las etiquetas y sus consecuencias persisten.

La renuncia del presidente Evo Morales ha provocado un debate internacional sobre cómo calificar la turbulencia desatada en Bolivia: ¿es una rebelión o un golpe de Estado?

Algunas personas respaldan la versión de una rebelión del pueblo en contra de la tendencia del presidente hacia el autoritarismo. Otras dicen que fue una descarada intervención del Ejército.

Pese a que se desconoce gran parte de la historia, en ambas posturas existen muchas muestras a las que hacer referencia. No obstante, según los académicos, la coexistencia de estas dos interpretaciones insinúan una verdad importante: la línea divisoria entre los golpes de Estado y las rebeliones pueden ser tenues o incluso inexistentes.

Con frecuencia, son una sola y lo mismo: los levantamientos masivos de la población junto con la deserción del Ejército que obligan a la renuncia o a la destitución del dirigente de un país.

Sin embargo, la superposición de estos términos a menudo conlleva connotaciones morales que no podrían ser más divergentes: como lo vemos en la actualidad, los golpes de Estado se desaprueban, pero las rebeliones se apoyan.

“Las personas que se quedan enganchadas en si es un golpe de Estado o una revolución están perdiendo de vista el objetivo”, señaló Naunihal Singh, un reputado politólogo que investiga las transiciones del poder y los golpes de Estado. “La pregunta es qué sucede después”.

Eso ha abierto el espacio a una especie de guerra de términos, en la cual la toma del poder político puede considerarse legítima al etiquetarla como rebelión o ilegítima si la llamamos golpe de Estado.

La construcción de la narrativa “tiene consecuencias” para el tipo de gobierno que viene después, comentó Singh. Hay una tendencia a que transiciones como las de Bolivia sean flexibles e impredecibles. La percepción de legitimidad, o la falta de ella, puede ser decisiva.

‘El golpe de Estado de Schrödinger’

La idea popular de golpe de Estado, que se estableció en la era de la Guerra Fría, aún se caracteriza por tanques en las calles y generales anunciando la toma del poder.

De igual manera, las revoluciones se consideran emotivas, incluso románticas, ya que el pueblo se une para exigir un cambio al unísono hasta que el dirigente no tiene más opción que renunciar deshonrosamente.

A nivel global eso creó expectativas de que cualquier destitución de un dirigente podría encajar en uno de esos dos arquetipos, y los términos golpe de Estado y rebelión se usaban para distinguir las transiciones legítimas de poder de las ilegítimas.

Pero el mundo ha cambiado. La mayor parte de los gobiernos militares han tenido una transición hacia la democracia. Las normas globales, que solían ser tolerantes hacia los golpes de Estado, ahora los consideran un tabú. Sin embargo, en un momento de populismo y autoritarismo crecientes, los líderes electos se sienten cada vez más seguros al desafiar los límites de su poder.

Como resultado, se ha difuminado la frontera entre las rebeliones y los golpes de Estado.

En la actualidad, generalmente los golpes de Estado se producen después de levantamientos masivos que exigen un cambio y los militares describen su intervención como una medida temporal para restaurar la democracia. Y son pocas las rebeliones que tienen éxito sin el apoyo del Ejército, aunque eso solo consista en que los militares se nieguen a respaldar al gobierno.

El politólogo Jay Ulfelder se ha referido a esto como “golpe de Schrödinger”, en honor al físico austriaco Erwin Schrödinger, cuando escribe que esos casos “existen en un estado permanente de ambigüedad y al mismo tiempo es un golpe de Estado y no lo es” sin esperanza de poder encasillar los acontecimientos en una “sola y clara” categoría.

A menudo, los intentos por etiquetarlos llevan a situaciones desconocidas e imposibles de conocer. Cuando los militares anuncian que el presidente debe renunciar, ¿están amenazando con la fuerza o solo dan el mensaje de que no dispersarán a los manifestantes? ¿Importa siquiera esta distinción?

Tal vez Bolivia se ubique con más firmeza en una categoría o la otra, ya sea por acontecimientos nuevos o por el surgimiento de información nueva. Pero lo que hasta ahora se sabe ayuda a ilustrar la manera en que las rebeliones modernas pueden imponer la necesidad de encontrar una categoría nítida.

Al parecer, los acontecimientos de Bolivia encajan en el concepto de revolución callejera: los ciudadanos se volcaron a las calles para exigir la renuncia de un dirigente que se negaba a respetar los límites de su poder, y en algún momento involucró a instituciones fuertes de izquierda y de derecha para lograr que eso sucediera. El gobierno sigue estando en manos de civiles electos que han prometido convocar a nuevas elecciones, y Morales sigue libre.

También, al parecer, encajaban con el concepto que se tiene de un golpe de Estado, ya que el Ejército exhortó al presidente a renunciar y, en efecto, eso sucedió. Morales mismo calificó su destitución como golpe de Estado. Aunque desde entonces ha suavizado su discurso, también ha aceptado el asilo que le ofreció México.

Desde una perspectiva, el pueblo salvó la democracia de manera heroica; desde la otra, un puñado de militares la traicionó de manera cobarde. Ambas consideran el mismo conjunto de hechos.

Las protestas de Venezuela este año dieron lugar a una concepción igualmente confusa en la que hubo mítines masivos para manifestar enojo por la desvergonzada apropiación del poder por parte del gobierno que fueron apoyados por los líderes de la oposición quienes sostenían que una intervención militar era la única salida que quedaba para imponer un cambio.

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